La lista

Un día más llega al Centro de Salud muy temprano, a las 8 de la mañana. Le gusta entrar con el centro apenas abierto, con sus pasillos vacíos, las luces todavía apagadas y el silencio inundando la atmósfera, solo roto por los rumores de las primeras pisadas de los administrativos y el runrún de los ordenadores que comienzan a encenderse en el mostrador.
Saluda, recoge un pijama limpio y dos tacos de recetas rojas, sube a la primera planta, entra en su consulta, se cambia y pone en marcha el ordenador. Mete su clave y abre el programa informático de las historias clínicas. Lo primero es imprimir la lista de los pacientes citados para ese día.

Se arrellana en la silla y se dispone a repasar la lista porque la  consulta empieza a las 8:30 y le da tiempo a comprobar cosas que tiene que preparar: los resultados de algunas analíticas y pruebas de pacientes que acudirán ese día; además están las consultas concertadas: un paciente para “descartar demencia”, así que busca su analítica y prepara un Minimental Test; otro paciente para “infiltración por bursitis trocantérea”, así que prepara guantes, el anestésico, gasas, antiséptico, etc.; una paciente viene señalada  como “astenia ver analítica” ; otra como “disnea, pendiente EKG”, otra como “mareo, explorar”. Hay dos o tres “IT”.

También tiene algunos pacientes de una compañera que está de baja. Hay que repartirlos porque hace tiempo que es difícil encontrar suplentes. Comprueba rápidamente si están pendientes de alguna prueba porque, en ese caso, habrá que buscar los resultados en su consulta. Y no siempre es fácil encontrarlos.

Se percata, con disgusto, de que algunas citas concertadas no tienen tiempo asignado suficiente. Ya ha ocurrido otras veces. Si no da las citas con cuidado, el programa informático asigna solo un hueco.

En la lista, y desde hace poco, algunos pacientes llevan, al lado del nombre y apellidos, la referencia “citado web”, porque ya se pueden citar con el médico desde casa, desde su propio ordenador. Y no solo lo usan los jóvenes, alguna persona mayor ya ha aprendido a citarse y lo hacen siempre así.

Muchos nombres son conocidos, algunos entrañables y le agrada verlos en la lista; otros son más difíciles, o quizás sea él el difícil con ellos. Comprueba que otros nombres no le suenan de nada, bien porque no vienen a menudo o porque es la primera vez que acuden. Se prepara porque ya sabe que algunos de estos últimos aprovechan para intentar resolver en una sola consulta todos los problemas de salud pendientes, y eso le irrita, pero se dice así mismo que, al fin y al cabo, si apenas vienen, se merecerían una atención mayor ¿o no? En todo caso, los que le van conociendo no son los más desconfiados, ellos saben de sus debilidades y sus méritos, sus fallos y sus aciertos, pero, en general valoran su esfuerzo. Pero entre los nuevos, los hay que vienen  con la idea de que el especialista del hospital es el verdadero experto en cada problema de salud. Ya les explicará que no siempre es así y luego vendrá la negociación diaria.

Sabe que respecto  a las visitas a los los especialistas del hospital, la perspectiva de los pacientes tiene una variabilidad curiosa: los hay que no quieren ir ni a tiros, los que le consultan tras la visita para saber su opinión, y los que van y no vuelven, o si vuelven no traen informe ni comentan nada, como si aquello no fuera con su médico de familia.

Al repasar la lista descubre algunos que ya sabe que reciben asistencia privada y que solo vienen al médico de familia a por recetas, pero se consuela pensando que algunos de ellos también quieren saber su opinión sobre los diagnósticos y los tratamientos prescritos.

En los últimos años la lista contiene cada vez más nombres extraños: de los países del Este, de China, y, desde luego, sudamericanos. Sabe que la relación más difícil es con los chinos, por eso repasa cada día sus historias clínicas, casi siempre medio vacías, porque no se puede rellenar lo que no se entiende. Es una alegría cuando vienen acompañados, normalmente de personas más jóvenes o sus propios hijos que han ido a la escuela en España. A veces, la única indicación es un solo gesto con la mano alrededor de la cabeza o señalando una parte del abdomen para localizar una molestia o un dolor. Sabe que es muy difícil encontrar lo que les pasa. Se trata de llegar a un diagnóstico sin anamnesis.

Al final, se da cuenta de que hoy, también, le será complicado acudir al desayuno compartido con sus compañeros.

Al cabo, llega la residente, siempre alegre, y claro, tan juvenil, como ajena a los problemas. Él la recrimina con paciencia su retraso y la amenaza con cariño. Luego le pregunta: ¿comenzamos?

Son las 8:30, no le gusta empezar tarde, así que se cuelga el fonendo al cuello, como si fuera un amuleto de la suerte, se acerca a la puerta con la lista en la mano e invita a entrar al primer paciente: ¡Buenos días!

Comentarios

  1. Me ha gustado mucho el relato. He sentido en mi propia piel esos momentos de relativa tranquilidad antes de "lo que se avecina" y me han dado ganas de vivirlo yo también. Seguiré leyéndote!
    Un saludo

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  2. Gracias Ana por tu comentario. Espero que puedas vivirlo si así lo deseas. Un saludo

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